Obras - Inadi (2009)
En las obras de Gabriela Salgado destaca el delicado y sutil empleo de transparencias e indefiniciones. Las estructuras orgĆ”nicas –tallos, hojas y flores- son tratadas de manera difusa y espiritual, tan colmada de Ć©ter como de cierta sensibilidad fluida suavemente emparentada a las acuarelas.
Las formas vegetales parecen flotar, ejercitando la suspensión inmaterial, permitiendo visualizar el carĆ”cter poroso e intangible de la levitación. Si debiĆ©semos seƱalar las cualidades del aire respirable no dudarĆamos de adjetivarlo de mĆstico. En efecto, no sólo es lĆrico; es, ante todo, invisible, religado, propio al sueƱo profundo, quizĆ” al soplo que alberga todo aliento vital.
Intensos movimientos acompaƱan los respiros neumƔticos de estas formas poƩticas, generalmente azules, plasmadas en platos o en fragmentos de los mismos. Son entidades frƔgiles y mediatas, empapadas de lenguajes vaporosos, sino ya abisales.
Los bailes, absolutamente aéreos, contemplan fondos compuestos por collages de hojas de revistas antiguas y combinaciones de éstas con espejos. Y aquà las imÔgenes adquieren otra relevancia, otro sopor donde la alquimia y el aquelarre se engarzan a mosaicos identitarios netamente terrestres e históricos.
Mas allĆ” del explĆcito nexo entre lo pictórico y las problemĆ”ticas de gĆ©nero, identidad y memoria, deseo subrayar determinado interĆ©s tĆ”cito puesto en las palabras y en las imĆ”genes seriadas. Quien se asome a los espejos de Salgado, y lo haga en el transcurso de los dĆas, experimentarĆ” sensaciones intensas asociadas a la imagen del yo y del nosotros. A medida que la visión, ya decididamente arqueológica, es catalizada, se comprenderĆ” una de las intenciones veladas de este arte, a saber: percibir que en la construcción social del sujeto intervienen palabras y series de artificios. Lo visible de cada quien no puede escindirse de los lenguajes. Incluso el espejo, con sus mĆ”gicos engaƱos, es interlocutor necesario, mĆ”s no suficiente, en la bĆŗsqueda del yo y del no yo. La superficie vidriada pasa a ser, entonces, otro de los lenguajes, mĆ”s que simple soporte inhóspito de gramĆ”tica cualquiera.
No obstante, lo grave en Salgado trasciende estos sentidos. Sus limbos atmosfĆ©ricos, de suma poesĆa visual, hablan de universos donde la sustantividad anuda armoniosamente al verbo, adquiriendo sus imprecisas cualidades de movimiento constante, tan dialĆ©ctico y existencial como el amor, la continuidad o el milenario deseo de convivencia entre opuestos.
La flotación de lo invisible, las ondulaciones atemporales de variedades nacaradas, plomizas y nocturnas, o las piezas fragmentadas sobre escenarios inciertos, son enigmas que abren facetas arquetĆpicas, pero tambiĆ©n constituyen percepciones del umbral y lo desconocido. De ahĆ el dramatismo de estas obras. Nos llevan a la cornisa, al borde; invitan a flotar.
Miguel Ćngel RodrĆguez